sopastrike

25 may 2009

Derretirse

Domingo, padre de todos los días de la semana. El fin y el comienzo de las buenas cosas. Es el día perfecto para que me ocurran bizarrerías.

El aire caliente subía pesadamente, entrando por las ventanas, llenándome los pulmones con su espesor meloso. Como se me ha hecho costumbre estos días, me fui a llenar un vaso con hielo para morderlos mientras cumplo mi cuota de estudio frente al computador hirviente. Primer cubo a la boca. Su superficie áspera se me pegó a la lengua, antes de que el frío intenso me golpeara el paladar. Cerré los ojos, disfrutando la sensación placentera del hielo que a la vez resultaba terriblemente incómoda, casi cruel dentro de mi boca.

Vi una ventana enorme, hecha de luz. Estaba parada descalza frente a ella, vistiendo una túnica azul, y los vidrios se abrían. Aparecía un par de labios gigantes, rojo carmesí, que no había visto en el rostro de nadie antes. Sentía como si me miraran profunda y detalladamente, y tengo la impresión de que me observaron durante largo rato. La fuerza de esa mirada era tan potente que yo no podía bajar ni cerrar los ojos, que lagrimeaban para poder mantenerse abiertos. Entonces los labios se abrían, y me decían algo en un idioma que no conozco pero que entendí. Sabía exactamente lo que quería responderle. Pero no podía abrir la boca para hablar. Los labios carmesí perdieron la paciencia y se exasperaron, pero yo escuchaba mi voz limpia y clara dentro de mi cabeza aunque no la pudiera producir. Cada intento de formar una palabra resultaba en el sonido de un vidrio roto. Los labios comenzaron a contorsionarse en todos los sentidos, me aterraba, me callé. Entonces los labios se calmaron, y dibujaron una sonrisa que me provocó ganas de llorar, pero me contuve. Los labios comenzaron a hincharse, a hervir, y explotaron salpicando por todos lados petróleo caliente, que dejaba marcas en el suelo y me hacía huecos en la ropa...El cubo de hielo dentro de mi boca se había derretido por completo.

Un rato después una golondrina se metió a mi apartamento, así que me ocupé un buen momento en sacarla. Una vez la eventualidad resuelta, me volví a sentar en el mismo lugar. Segundo cubo a la boca. Lo sentí desde el momento en que llevé el vaso a mis labios, en el pequeño instante en el que respiras el aire que está dentro de él. Rompí el cubo con los dientes, petrificada. Me lo tragué lo más rápido que pude. Y no me comido nada desde entonces. El hielo sabía inequívocamente a sangre.

Domingo, el principio y el fin.

Nox.

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