Vuelvo de la orilla miope donde la barca duerme y el barquero silba entre sus labios como alas de mariposa una melodía tempestuosa y dulce esperando que vuelva la noche.
Vuelvo con las muñecas calientes y la mente cansada de tantos adjetivos y de pocos adverbios, de las líneas de cuaderno de las ventanas sin cielo, y las decepciones sin sorpresas.
Vuelvo de la estática y de la espera con los ojos abiertos de mirar la montaña y su varicela de otoño.
Vuelvo a volver a perder y volver a buscar la inocencia.
Si meto mis manos en la inmundicia, es igualmente inválido pensar que con su hedor me infecto que con mi pretendida pequeña parte de pureza la disolveré así sea un poquito.
Alrededor de mí escasos son los que muestran su sentir, y parecen ser granitos de polvo a los ojos de quien los mira. Porqué esas miradas que se restriegan, esas miradas vacilantes, buscan desesperadamente la vista de la muerte? Acaso-----y yo?
Escucho el simple cantar de los mirlos de la nueva primavera y mi mirar se torna hacia el sol, hacia mi rojizo interior y su percepción limitada. Bajo esas alas y esos picos cuyo color se parece a mis adentros habrá cosas que mi boca nunca podrá pronunciar. Quisiera creer que solamente conozco a la muerte por la poesía. Premisa adoptada.
Cómo les cuesta demostrar el silencio en la frialdad (será que solo saben ser ingenuos?). Cómo me cuesta decir el nosotros.
Mis ojos parecen cerrados pero tengo párpados que se abren para adentro y con sus pestañas me hago cosquillas. Y, como cuando lo hacen para afuera, a lo que se abren es a la sorpresa del descubrimiento de mi ceguera. [Para qué quiero ver si con mis pestañas puedo hacer reír al viento?] Quisiera escribir poemas sin ojos pero sin frialdad, sin oscuridad. [Quiero al páramo porque en su neblina somos un solo velo de mil capas que no se pueden arrugar.]
El barquero ya no sabrá llevarme a dónde vine, y ya que nunca regresaré, quiero aprender a olvidar. Cuando venga un reflejo antiguo en una corriente en la faz del agua junto al reflejo de cisnes y estrellas y mi cabello que, quién sabe, talvez para ese entonces será un montón de serpientes silbantes con ojos de acuarela, me reiré con gusto y gárgaras para limpiar la memoria y disfrutar de la limpia nostalgia. Un vaso de leche con melancolía.
El mundo me marca con agujitas de todos los colores pero las marcas en mi piel parecen ser todas iguales. Tengo un sentir daltónico al que a veces le pongo lentes contra el vicio dualista.
De entre mis dientes sale el viento de este día, de este lápiz se construyeron las rieles para un tren que no pasará más por ese lugar. Y yo, me acuesto en los durmientes.
Es primordial sacralizar. Dentro de lo humano. Dentro de lo tangible. Ventricularmente. Sacraliza lo que toquen tus labios. Sacraliza lo que envuelves a tu paso. Sacraliza lo que abrazas con tu mirada, siempre profunda, siempre luminosa. Sin dinivizar.
No tengo idea de la dimensión de las cosas, de las transcendencias inminentes que viven en la médula de los instantes.
Aceptando la invitación a un café un jueves, acepté una cerveza, el encuentro de mi soledad con la suya, la sonrisa que me dirigió, el trance pasional pasajero, las vueltas en círculo del destino y la coincidencia, su cuerpo en el mío, mi cuerpo sin el suyo, el amor.
Lo importante no es, como se cree en la superficie, leer lo que está en letra chiquita, sino leer lo que está entre líneas.
Lo importante es que la palabra amor pierde su semantismo y se transmuta en mil formas distintas. El resto no necesita ser contado ni comentado.
Cada fin de año llevo dentro de mí un extraño vértigo, mezcla heterogénea de los maniquíes de las resoluciones para el año que viene y la angustia inminente por el tiempo, sobretodo el futuro.
Los primeros días los paso casi paranoicamente, sintiendo el pavor de un peligro inminente inexistente.
La transición este año fue suave y trajo heridos pero no muertos. La transición me permitió acercarme un poco más al lodo y reconocer la hipocresía, la conveniencia. Pero también me dejó bañada en la melancolía del amor distante y en la latente necesidad de volverlo vecino a mi piel. No sé mucho qué esperar del 10, la única certeza que tengo es que los vientos se vienen fuertes y te revuelven algo más que el cabello. Cuidado con tus impotencias.
Por una cabeza De un noble potrillo Que justo en la raya afloja al llegar; y que al regresar parece decir No olvidés hermano, vos sabés, no hay que jugar.