Esas manos
lejanas a mis días,
esas manos que conocí en la ebriedad y en las mañanas
esas manos misteriosas que contuvieron los secretos en silencio
y me hablaron del hoy en las madrugadas,
Esas manos que conozco de memoria,
que arropé entre las mías
que conocen mis verbos y mi cuerpo
esas manos que probé tantas veces entre sueños,
Esas manos adormecidas que esperaban para acariciar el alma
secas en sus caminos,
fuertes en sus pasares,
esas manos sin rumbo que cantaron mi nombre
como quien canta el mar,
Esas manos entre las que que fui masa y arcilla,
esas manos de humo y de vía láctea,
Esas manos que me sostuvieron hasta que tuvieron que soltarme,
que reposaron en mí como vino al fondo de un vaso,
Esas manos que imprimieron y borraron
esas manos que esperaron demasiado,
Esas manos que di por sentadas y que pasaron al olvido
estáticas como plátanos de sombra en el invierno,
Esas manos me miran sin mirarme y las miro con la tristeza
de que entre ellas y las mías, en secreto,
el silencio no ha bastado para borrar la caricia de la memoria.
Agua. Flexibilidad. Cáscara de mandarina.
Un vaso vacío. Una ola desaforada.
Aguas del ahogo, del naufragio. Dejarse llevar, derivar. Alejarse. Lejos, cada vez más lejos. Alta mar.
Balsas frágiles de la lucidez, marea alta de emociones, corrientes de la intuición. Muerte.
Buscar a lomo de barco costas de promesas vacías. Todo estaba a bordo. Qué se le olvidó a Noé?
Torrente. Cascada. Caída a lo profundo, hacia lo azul, lo negro y lo dorado. Ebullición.
Misterios de aguas profundas, de cuerpos impermeables.
Permeabilidad. Agua de cuerpos. Contacto. Humedad. Gotitas.
Una capa de sudor, una lágrima expectante.
Esperar. Marineros. Cargas y redes. Pescar. Estornudo.
Agua domesticada. Cañerías.
No tengo nada que ofrecerte fuera de mis propias preguntas y los subsiguientes intentos de respuesta que nunca salen de mi boca porque, oh dios, quien sabe que reacción provocase con esas palabras. Son hermosas mentiras que creo para mí misma cuando me entran ganas, son diálogos que se desarrollan en mi cabeza como cuando era pequeña y jugaba con las muñecas, son imágenes de esas bellísimas que te hacen llorar al final de las películas aunque no sabes bien cómo fue que tocaron lo profundo de tu corazón, son de esas cosas que suceden porque sí, porque en el frenesí irrefrenable de la escritura me pierdo como en un sueño en las historias que invento y al oír tu voz, que escucho chiquita y lejana, me salgo del trance dulce y luminoso en el que me encuentro, apagando el sonido de mis uñas que rascan el teclado produciendo esa musiquita que de seguro detestas.
Y así, nos encontramos cara a cara, ambos sentados, distanciados por uno o dos metros, y te regalo una sonrisa algo automática, a pesar de que intento guardar la misma expresión que tenía hace un par de segundos. Pero la corriente se dispersa si le retiras tu atención, y ahora mis orejas te apuntan a ti, y mi nariz, y mis dientes que yo no he querido mostrarte intencionalmente, así que dejo de sonreír y regreso a la pantalla, leo lo último que escribí, doy una miradita por la ventana, y luego te miro a ti, obviamente tú ya estás concentrado de nuevo y por un par de segundos tengo la impresión de ser invisible en una habitación gigante.
Un cuento de invisibles
Busco un nombre que corresponda. Claudia. A Claudia le gustaba, de niña, jugar sola a las escondidas. Entraba en su armario y se quedaba de cuclillas largo rato, hasta que las rodillas le dolían y las piernas le quedaban entumecidas. Salía entonces de su posición de prisionera y jugaba con lo primero que encontrase.
Estando en la penumbra incómoda del armario, se sentía muy a gusto. Era muy niña y no le tenía miedo aún a la oscuridad ni a las arañas. A Claudia le gustaba mirar directamente al sol, aunque repetidamente le advirtiesen que se iba a dañar los ojos, porque después todo era verde y amarilloso y se sentía un poco mareada y fuera de su cabeza. Igual que cuando salía del armario. Sus ojitos tardaban en acostumbrarse a la luz y por un instante todo en su percepción era brillante, luminoso, y se sentía un poco mareada y fuera de su cabeza...
Te miro de nuevo, pero ya no estoy.
Gracias a Kerouac, este es mi post número 100, y pienso que ameritaba un cambio de aspecto del blog. Voilà.
Soy una estrella de mar
mar
mar
Una estrella de mar
De martes a viernes
Y el resto una mujer en el olvido eterno,
Dormilona en la constelación de la licuadora.
Soy una estrella de mar
Y si me cortas un brazo
Me vuelve a crecer porque es primavera.
Mi mantarraya tiene barba roja
Y olor de otoño marino.
Y entre la mantarraya y yo,
El mar.
Adentro.
Uno en los brazos del otro los amantes anulan las fuerzas del mundo, no hay peso, no hay levedad, y en el instante desprovisto de gravedad sólo queda lugar para el encuentro de sus miradas abismales, casi un llanto, que se juntan en lo absoluto, y el silencio que entre líneas deja colarse el sonido de los cuerpos que se aman.
La madrugada alberga un número igual de preguntas y de respuestas.
Si quisiera llorar las lágrimas tendrían que brotar de debajo de mis uñas.
No vaciles en tu sueño, amor. Tienes los ojos entreabiertos y por ese resquicio de ternura hemos entrado a buscar la llave del universo.
Qué hacer del lino blanco, de las noches, de las cegueras,
de la imagen del espejo donde la ropa se te pega?
Entre paredes frescas descansaría mis hombros y nuestras sorderas.
Entre las hojas de otoño no caben ni el silencio ni el olvido,
se escapa el frío y se esconde entre mis sábanas de viento.
Los espacios desprovistos de tu olor se impregnan de muerte.
El misterio no te nutre y me desvela.
Qué hacer de los pies fríos, de la piel olvidada, de los cabellos perdidos,
del cobre brillante y de la sombra que esconde el sol para que no me encuentres?
Qué hacer de las calles húmedas del vapor de tu cuerpo,
de la soledad que se incendia,
del amanecer que anochece,
de los murmullos verdes que se encienden cuando mi lucidez naufraga?
No te escondas de la luna, amor,
no te olvides de la lluvia.
Una delgada capa aceitosa de azúcar flota sobre el café. Varias veces me he preguntado si proviene del azúcar o de mis labios.
Tocan a la puerta y vuelven a tocar, quién es? Quisiera que fuese esa bella mujer!-me conozco su nuca y sus uñas de memoria porque siempre se sienta frente a mí durante las dos horas semanales en las que vagamente compartimos el mismo espacio.
Pero claro que no es ella.
Eres tú, y te esperaba, déjame imaginar un poco!
Me dices que no has soñado hace tiempo y Ravel sirve el vino.
El sofá parece suficientemente grande para esta conversación y para estas bocas bostezantes. Después de un rato es demasiado frío y migramos como los patos hacia el sur.
Anochecemos juntos y lo que más me gusta es que por la mañana cuando me pregunto sobre esas figuras que flotan sobre el café la cuestión pierde su importancia porque el sol ha venido a incendiarte la cabeza y parece que los ojos se te han disuelto bajo tus pestañas kilométricas.
El amanecer que se abrió ante mí esta mañana, colándose entre las cortinas de mi cuarto, dejó en el aire las notas del otoño.
Todo se llenó de ocre luz viva, todas las formas y los objetos chorreaban de hechiceros silencios.
La luz también llegó a tu cuerpo durmiente y lo encerró en un halo cándido y somnoliento. Tu cabello brillaba dorado y cobrizo en la ventisca viva de la luz, y al recordar el color amielado y seco de tus ojos todavía arropados en el más profundo de los sueños, intuí que tu cuerpo había venido de una acumulación inmemorial de hojas secas de otoño, como las que caen afuera, donde también brilla esa luz, donde sopla el viento frío, donde más tarde caerá la lluvia que miraré echando de menos el fuego lento de tu piel.
La luz de otoño llegó viva a mis ojos y bebe de mis pupilas. El amor es silencioso en la estación de la muerte.
Under the fragile shadow of my neverending smoke
I cling to your strings of soothing light.
There's no bottomless pit in the reign of your unheard choirs.
Racing through the night
I find the sweetness of a labyrinth of moonlike sheets.
This sticking taste in my mouth is the strenght of a new day,
Dancing along with us, defeating my weakness,
Revealing the ink, so intense and deep,
Of the paths around your wide open eyes.
There's no need to follow you,
We'll meet at dawn, again,
Crossing the vermilion doors of silvery innocence.
Let's never stop being naive,
Let's climb these walls and walk barefoot on the purple grass.
I'll grow unseen flowers of words and wonders.
You'll pour the sands of your music over our garden,
And the sun will meet us again, as we reborn like ancient fish
In the ocean that nourishes a silky kiss, never forgotten.
Silencio. Escucha el tenue vapor de la luz
(que tocasen las campanas a lo lejos).
Te miras sin espejos,
Mudo, flotante
Solo ante mi y ante la muerte.
Las hebras que emergen a la superficie son cantos mágicos,
Eternos,
Estirándose con estridencia en la intensidad del instante,
Portentoso como los rebuznares de tu mente.