sopastrike

27 nov 2011

Typewriter

No tengo nada que ofrecerte fuera de mis propias preguntas y los subsiguientes intentos de respuesta que nunca salen de mi boca porque, oh dios, quien sabe que reacción provocase con esas palabras. Son hermosas mentiras que creo para mí misma cuando me entran ganas, son diálogos que se desarrollan en mi cabeza como cuando era pequeña y jugaba con las muñecas, son imágenes de esas bellísimas que te hacen llorar al final de las películas aunque no sabes bien cómo fue que tocaron lo profundo de tu corazón, son de esas cosas que suceden porque sí, porque en el frenesí irrefrenable de la escritura me pierdo como en un sueño en las historias que invento y al oír tu voz, que escucho chiquita y lejana, me salgo del trance dulce y luminoso en el que me encuentro, apagando el sonido de mis uñas que rascan el teclado produciendo esa musiquita que de seguro detestas.

Y así, nos encontramos cara a cara, ambos sentados, distanciados por uno o dos metros, y te regalo una sonrisa algo automática, a pesar de que intento guardar la misma expresión que tenía hace un par de segundos. Pero la corriente se dispersa si le retiras tu atención, y ahora mis orejas te apuntan a ti, y mi nariz, y mis dientes que yo no he querido mostrarte intencionalmente, así que dejo de sonreír y regreso a la pantalla, leo lo último que escribí, doy una miradita por la ventana, y luego te miro a ti, obviamente tú ya estás concentrado de nuevo y por un par de segundos tengo la impresión de ser invisible en una habitación gigante.  

Un cuento de invisibles

Busco un nombre que corresponda. Claudia. A Claudia le gustaba, de niña, jugar sola a las escondidas. Entraba en su armario y se quedaba de cuclillas largo rato, hasta que las rodillas le dolían y las piernas le quedaban entumecidas. Salía entonces de su posición de prisionera y jugaba con lo primero que encontrase. Estando en la penumbra incómoda del armario, se sentía muy a gusto. Era muy niña y no le tenía miedo aún a la oscuridad ni a las arañas. A Claudia le gustaba mirar directamente al sol, aunque repetidamente le advirtiesen que se iba a dañar los ojos, porque después todo era verde y amarilloso y se sentía un poco mareada y fuera de su cabeza. Igual que cuando salía del armario. Sus ojitos tardaban en acostumbrarse a la luz y por un instante todo en su percepción era brillante, luminoso, y se sentía un poco mareada y fuera de su cabeza...

Te miro de nuevo, pero ya no estoy.

Gracias a Kerouac, este es mi post número 100, y pienso que ameritaba un cambio de aspecto del blog. Voilà
Nox.

Eventualmente.

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