sopastrike

2 jul 2009

De la fatalidad de la foto de la cédula de identidad

Se me hace muy extraño volver. Quito es como la recuerdo y al mismo tiempo ha cambiado de cara. Salgo de la casa con curiosidad y miedo al mismo tiempo. Pero entre más pasan los días esa sensación se calma...eventualmente desaparecerá.

Lo que no ha cambiado entre el acá y el allá es la monarquía absolutista de mis sueños.

Había una casa larga, rectangular, en donde habían solamente tres cuartos, uno al lado del otro. El primero era mío, el segundo estaba vacío, y en el tercero había un caballo, negro, brillante, con un matiz azulado en los ojos. Había una fiesta, en dónde estábamos tres personas: el Alicanto, yo, y un otro tipo. Nos emborrachábamos toda la noche en el primer cuarto, y mientras lo hacíamos, el caballo se salía de control en el tercero, embistiendo las paredes y saltando descontroladamente por todos lados. Decidimos irnos a dormir, y nos acomodamos los tres en la cama. El Alicanto se quedó dormido, y el otro tipo y yo nos quedamos hablando. Luego se quedó dormido, el Alicanto abrió los ojos y entendí que quería que salgamos de allí. Al levantarnos, el otro tipo salió de la cama y se fue corriendo al cuarto donde estaba el caballo, y lo escuchamos gritar. El Alicanto y yo llegamos. Él y el caballo estaban convulsionando en el suelo, con los ojos en blanco y vapor emergiendo de sus cuerpos.
Nox.

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