sopastrike

24 nov 2013

cinco en punto.

Estar sola dentro de sí como si todos los días fuesen domingo.
Enmudecer los espacios con un cigarrillo, queriendo apretar a mano limpia la membrana de los instantes.
Sentirse tan sola que poco a poco una se agrada más.
Recordar la última vez que dolió y agradarse menos.

Salir a la calle esperando que el frío amortigüe. Aguantarse las ganas. 
Mirarse al espejo desnuda a media tarde y detener la fuga perpetua.
Estar sola y abrazarse el alma.
Y luego ver la hora hasta que se caigan los ojos.

Sentirse sola lavando los platos y sacando la basura y en la fila del supermercado.
Morirse de amor como se muere de hambre.
Tener ganas de explotar como un molusco que recoge con tentáculos las migas que esperan por caer.
Tener ganas de sentarse en algún lado y esperar,
doblando papelitos que alguien venga a recoger,
durmiendo en un cesto que derive a alguna orilla,
incendiando la desidia con promesas,
y decirse, a fin de cuentas,
que los huesos no son compost ni el corazón milhojas,
y que sola, para detener el reloj, basta no darle cuerda.

Soledad de las cinco en punto.


 

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