Tengo miedo porque las dudas me asaltan con violencia. Las dudas del reflejo del amor más que el del mío propio.
Tengo miedo porque la incertidumbre que me magnetizaba me mostró su otra cara. Me mostró con un dedo deforme que con él no se puede tapar el sol ni desaparecer las preguntas que me llueven encima como flashes que torturan mis pupilas. Propósito, ver, será que, amas, él, yo, misma cosa.
Tengo miedo y estoy paralizada, enterrada hasta el cuello en el fango del sofá sin poder dar marcha atrás ni adelante. La duda me llegó sin razón y las certezas que me quedan no parecen querer luchar contra ella por ahora. No quiero dudar, lo sé, yo sé, te sé. Me hundo, me ahogo, me duele, me rasga la ropa, me rompe los huesos. En este instante no quiero, no puedo, sólo me abandonaré a...
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas,
las compuertas del llanto.
Empaparnos el alma, la camiseta.
Inundar las veredas y los pasos,
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando.
Festejar los cumpleaños familiares, llorando.
Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo...
si es verdad que los cacúies y los cocodrilos
no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz, con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría.
Llorar de frac, de flato, de flacura.
Llorar improvisando, de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!
Alguien tiene un tabaquito?
Nox.
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