sopastrike

14 may 2012

una bajada en bicicleta.

Ayer en la tarde salí a dar la vuelta en bicicleta de los domingos-por-la-tarde-cuando-hace-sol-y-en-casa-viendo-una-película-quedarte-no-quieres.

Ahora que vivo en la ciudad más plana de este país el pedaleo primaveral es puro placer, sobretodo al llegar a la «colina» (en cuya cima, sea dicho de paso, se encuentra el supermercado desde el cual llevo como buen cargador el triple de mi peso en abastos invernales). Bajando esa colina por la calle vacía solté los pedales y simplemente me dejé ir. Y con el retumbar del corazón un destello de la memoria me recordó cuando iba a Ibarra con mi mejor amiga de infancia.
 
Dos horas de carretera jugando a la ley de la curva, gritando y cantando y llevando la paciencia de los padres al límite. El silencio del paisaje seco de Quito a Ibarra escondía atardeceres azul rey y zorros escurridizos que hacían crujir las ramas que cuidaban las santas vírgenes, y a veces uno que otro platillo volador.

Al llegar a la casa dormíamos en una cabaña a parte, encendíamos fósforos y comíamos ají como los peores crímenes del mundo. Jugábamos en el baño ensuciando todas las toallas y contábamos historias de terror para nunca dormir.

Los días estaban llenos de caballos y paseos y botas de caucho pesadas de lodo oloroso, de piscinas verdosas y aguas heladas sabor a menta, de gatitos recién nacidos, de perros tristes o rabiosos, babosas secas de sal y gallinas que sudaban la gota gorda para subirse a las ramas bajas a dormir.


Y claro, las bicicletas. Habré de haber tenido 6 o 7 años, talvez un poco más. Apenas me acuerdo de lo que viví, quedaron simples episodios e imágenes que me hacen reír. Y sonreír. Las bajadas enloquecidas en bicicleta en medio del campo, de los grillos chirriando en el aire fresco de los Andes. La travesura palpitante de la felicidad pura.

A lomo de bicicleta.

Nox.

imagen: unattended by bettyhorror.deviantart.com

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