Eso no detiene el arrebato de ternura en el que tomo su reino de cristal entre mis manos para ponerlo sobre mi regazo. Lo observo largo rato, sin dejar de sorprenderme por la belleza y la cadencia de sus movimientos. Entonces me guiña un ojo. Yo le guiño de vuelta. Me invita a seguirlo. Meto la cabeza en la pecera y suavemente me dejo caer en su interior, intentando no perder de vista el camino que me señala el shinigami. Lo sigo largo rato, sintiendo sobre mi piel desnuda la caricia de la corriente.
Aparece una puerta. Al cruzarla el agua desaparece, y sobre mi piel seca se teje un vestido azul profundo. Estoy en el pasillo de un acuario, extasiada por la singularidad de cada una de las criaturas que desfilan a mi alrededor. Me detengo a observar la enorme mantarraya, y sonrío al imaginar la sensación de su piel lisa y tensa. La mantarraya se levanta lentamente y se aleja de mí con cierta dulzura, dejando al descubierto un cuerpo conocido inerte en sobre la arena, tendido boca abajo.
Tenías los ojos abiertos y no dejabas de mirarme. Las anguilas vinieron a cubrir tu cuerpo nuevamente, y cuando se alejaron vinieron las anémonas, y las medusas, y luego las tortugas. Cuando llegaron las centollas me sonreíste y cerraste los ojos. Los hilos de sangre que emanaban de tu cuerpo se retorcían en el agua, y llegaron hasta el lugar en el que estaba yo, del otro lado del cristal, que se trizaba a su tacto.
Otra vez secuestrada en el imperio de mis propios sueños?
Nox.
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